
Prensa Ecosocialismo y Aguas (Minea) / Táchira, 22/03/2018.- El agua es un recurso natural que en el estado Táchira abunda y proviene de los cerros y montañas, son infinitos los manantiales y nacientes del vital líquido que se avisoran desde caminos y carreteras de la geografía, que gota a gota han dado origen a quebradas y ríos, y a la historia de la entidad.
Tres cursos hídricos, el río Táchira, Bobo y Uribante, todos de vertiginosos y serpenteantes recorridos que descienden desde la alta montaña para abonarse a la mansedumbre de las aguas llaneras y viajar juntas por más de dos mil kilómetros, hasta desembocar en el Océano Atlántico.
En la cima del cerro Las Banderas, a 3.368 msnm, Parque Nacional El Tamá, en la frontera con Colombia, nace el río Táchira siendo su nacimiento un punto limítrofe entre ambas naciones. Donde el primer vigía de su cauce es la pintoresca población de Delicias, cabecera del municipio Urdaneta, estado Táchira, que se ubica en la cartografía en la postrimería suroccidental de Venezuela.
Un vetusto cementerio indígena en las cercanías de Delicias, revela la existencia desde tiempos inmemoriales de los indios cáchiras o táchiras, indígenas timotocuicas de la familia de los chibchas que poblaron las llanuras de Cundinamarca, términos prehispánicos que dan umbral al nombre al canal fluvial que sirve de confín entre la patria neogranadina y la República de Venezuela, y de igual manera da origen al nombre de este rincón de la Patria, el estado Táchira.
Según estudios de lenguas nativas de los Chibcha, “Ta” significa altura fría, páramo, y “chire” elude a una planta autóctona con propiedades medicinales, también llamada con el nombre de tun-túa; ambos términos al juntarse hace probable el origen de “Táchira” para referirse a los antiguos pobladores de la región y a la corriente fluvial que tienen su propia historia a más de 3.000 de altura sobre el nivel del mar.
Delicias se fundó el 18 de agosto de 1883, por decreto emanado por el presidente Antonio Guzmán Blanco, para la creación de un “Territorio Federal Armisticio”, trabajo llevado a cabo bajo concesión, por el General Pamplonés Leonardo Canal.
Es un pueblo que se asemeja a un domo de quietud, al pie de la majestuosa y azulada serranía El Tamá con tribunas de montañas, una colombiana y la otra venezolana, que son testigos de la cotidianidad de sus gentes y en medio está el río Táchira que no identifica nacionalidades ni reconoce fronteras internacionales.
El río Táchira ha tenido, a lo largo de más de cuatro siglos la suerte de lindero. Desde la época de Juan de Maldonado fundador de San Cristóbal en 1561, quien expresó: “Amojonaba y amojonó por términos de la dicha villa para ahora y para siempre jamás, hacia la banda de la ciudad de Pamplona hasta el río que llaman de Cúcuta, por límite para las justicias de esta villa y para la dicha de la ciudad de Pamplona…”
El río Cúcuta mencionado en el documento es el mismo Táchira con el cual lo conocemos desde hace varios siglos como línea limítrofe entre las patrias de Simón Bolívar, Venezuela y Colombia.
Desde su inicio, es apenas un ruido incesante a causa del atropello de las rocas por la fuerza de la torrente que se percibe a diario por los que por ahí transitan, los de allá y los de aquí, en una frontera natural de más 80 kilómetros, donde el patrimonio cultural no marca diferencias nacionales.
Cerca de una decena de poblados de importancia, entre ambos países, se aglomeran en torno al curso del río Táchira, primero Betania en la alta montaña de la sierra nubosa de El Tamá a 2.200 msnm, luego más abajo, Delicias capital del municipio Rafael Urdaneta, y sus vecinas, Tabor, Villa Páez, Herrán, Ragonvalia, y ya en la planicie de la sabana fronteriza, San Antonio, La Parada, Puente Internacional Francisco de Paula Santander, Ureña y finalmente el Puente Internacional Simón Bolívar lugar donde pierde su nacionalidad venezolana para súmanse como tributario del Rió Pamplonita en Colombia.
El Uribante: Un río que alumbra
El nacimiento del río Uribante empieza en el valle de Sabana Grande, en el páramo del Batallón, desde donde escurre gota a gota hacia el sur levante buscando las inmensas planicies de los llanos iluminados por el astro rey que abriga sus aguas hasta tributar en el imponente Orinoco y acompañarse hasta desembocar en el Atlántico.
Tiene una coloración de sus aguas de tono anaranjado, que baja de las iras y las lameduras que hace en los cerros de allá en lo más alto, es muy importante por la abundancia de su caudal y potencial hidroeléctrico.
El principal poblado de esta región es Pregonero, vocablo de origen indígena que elude a parte de los primeros pobladores de estos parajes montañosos. Según manuscritos, se dice que Pregonero fue fundado dos veces, la primera en una planicie cerca del río, en un lugar llamado La Poncha y conformaba una rancheria de aborígenes Pregoneros, a este sitio llegó en 1563 el Capitán Juan de Maldonado (fundador de San Cristóbal -1561) acampó por 40 días en su itinerario de exploración de las tierras del Río Uribante, al lugar lo bautizo como Santo Agustín.
El municipio Uribante fue creado en 1890 a raíz del desglose del Cantón La Grita, con el nombre de Distrito Uribante, tres años después por decreto del General Antonio Fernández, presidente del Gran Estado de Los Andes, se nombran las primeras autoridades municipales. Desde entonces, Uribante adquiere la categoría de entidad autónoma e independiente.
Se trata de un municipio eminentemente montañoso y abundante riqueza hídrica en cuyo seno se conservan los rasgos esenciales de la cultura andina, cuyo origen ancestral está marcado por la cantidad de aborígenes que poblaron estos remotos parajes a orillas del rio Uribante.
La bondad de los suelos y la abundancia hídrica ( afluentes del Rio Uribante) de la región ha permitido a los “chacaros” desarrollar históricamente trabajos agropecuarios para la producción de alimentos que abastecen a gran parte de Venezuela.
Sin embargo, todo se quebró con mucho estrépito a partir de mediados de la década de los setenta, con el inicio de la construcción del Complejo Hidroeléctrico de los Andes y con ello la construcción de la Presa la Honda asentada en las cercanías de Pregonero, que fue inaugurada en 1987.
Esta situación de progreso y doma de las aguas trastocó las costumbres de los lugareños que cambiaron el azadón y la puya por herramientas de albañilería y construcción, muchas familias emigraron de los campos a las nóminas de empresas que se residenciaron en túneles, excavaciones y todo tipo de actividades que exigiera la descomunal obra civil que atajaría las aguas uribantinas para transformarlas en luminarias para el desarrollo regional.
Pero también, las costumbres y tradiciones se descuajaron de sepa sin clemencia alguna, el progreso trajo otros cambios sociales con la llegada de mano de obra extranjera venida desde diversos lugares de Europa y América, se creó un nuevo mestizaje que irrumpió de manera abrupta sobre nuestros patrimonios y habitantes de la región.
Este proceso de domesticación del agua también conllevó a la desaparición de un pueblo llamado Potosí, lugar pintoresco y cubierto de magia que desapareció para siempre y quedó sumergido en las profundidades del Embalse Uribante, terruño al que tantos quisieran regresar el tiempo y a sus calles.
Han pasado más de 4 décadas y apenas los uribantinos recuperan el hilo de su pasado, de gente laboriosa, amable y muy “familiera” sin olvidar su fama bien ganada de la bravura de sus habitantes.
Cuarzos cristalinos que descienden
En el Páramo La Cimarronera, municipio Francisco de Miranda, en la alta montaña tachirense nace el río Bobo, hilo de agua diáfana que se desprende desde una laguna de origen glaciar de cuyo seno se descosen venas de agua con reflejos de cuarzos cristalinos, que altozanos abajo abrevan la sed de un pueblo laborioso y trabajador.
La geografía montañosa tachirense es de inmensa riqueza hídrica, lo que, sumado a la bondad del suelo fértil permite el desarrollo de una pujante cultura agropecuaria indispensable para el desarrolla del País.
La afirmación “el agua es indispensable para el desarrollo de los pueblos” cada día cobra más vigencia, desde tiempos inmemoriales la necesidad de utilidad del agua indujo al hombre a inventarse sistemas de transferencia para domesticar caudales del vital líquido para saciar sus exigencias cotidianas, las acequias corrían por calles y caminos de las nacientes villas cubiertas de fría neblina a donde cada mañana acudían los pobladores a llenar sus vasijas del indispensable líquido “el que madruga agarra agua limpia”.
La capital tachirense se abasteció de agua de acequias hasta 1925, cuando fue construido el primer acueducto en los límites de la ciudad (hoy populoso sector comercial Barrio Obrero), luego vendría el Acueducto La Bermeja (1964), Quinimarí (1972) y muchos otros rurales, que ante el creciente desarrollo del Táchira, fueron insuficientes para saciar la sed de sus vecindades.
La riqueza y calidad hídrica del Táchira es de grandes dimensiones, y ante la necesidad de actualizar un sistema de distribución de agua que satisficiera la necesidad de una región en progreso.
En la década de los ochenta surge el proyecto y construcción del Acueducto Regional del Táchira (ART) que consiste en la captación de los afluentes de los ríos Bobo, Pereño, San Antonio, Queniquea y las quebradas La Jabonosa, La Verdosa y La Cachicama que alimentan el gran sistema hídrico que distribuye unos 6.000 litros de agua potable cada segundo a través de 19,5 km de túneles con tuberías de 28, 42 y 54 pulgadas que abastecen 14 municipios y más de 750 000 habitantes de la geografía tachirense.
Esta comodidad hídrica también tiene sus debilidades, algunas eventualidades, de diversas índoles, ocurridas en el sistema de distribución ha interrumpido el servicio de agua y causado martirios en la población, lo que ha puesto en evidencia la debilidad y hasta fragilidad de la vasta obra de ingeniería, realidad que exige que la conservación de las cuencas de los afluentes del ART se hace imprescindible para la subsistencia de la construcción de gran envergadura de interés público.
El agua que queremos no es solo la del presente, se requiere la que ha de beber las futuras generaciones que nos sucedan, la que se va a demandar para los sucesos por venir, ante lo que es imprescindible acciones firmes y eficientes que permitan la gloria infinita por la conservación del recurso agua.
El pueblo quiere el río Bobo de todos los días, su agua transparente, inodora, incolora e insípida, que desde su nacimiento mira hacia el cielo y desciende en cada grifo de nuestros hogares, pura y libre de contaminación como en su génesis en el glaciar del Páramo La Cimarronera.
Prensa Ecosocialismo y Aguas (Minea) / Moisés Vivas
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